La piel puede ser sensible por naturaleza. Aunque a menudo, se convierte en sensible debido a nuestra moderna forma de vida e influencias dañinas medioambientales cada vez más agresivas. Estos factores externos debilitan el manto ácido protector natural de la piel y reducen su capacidad de protección. Como consecuencia, la piel se enrojece, se irrita y se tiene una desagradable sensación de tirantez. Con frecuencia este estrés constante acelera el proceso de envejecimiento, dejando que la piel se vea irregular, descamada y más susceptible a la formación de arrugas y arruguitas.